Hoy se debate sobre el financiamiento que Italia recibirá de la Unión Europea, sobre su monto total y bajo qué condiciones llegará.
Bruselas está enviando mensajes tranquilizadores. Pero, dado el hecho que ese financiamiento adoptará principalmente la forma de préstamos, varios economistas ya comienzan a lanzar advertencias: existe un peligro de fuerte endeudamiento y de una subsiguiente pérdida de soberanía económica.
La atención político-mediática se concentra también sobre las relaciones entre Italia y la Unión Europea, un tema importante que, sin embargo, no debe separarse de la cuestión de las relaciones entre Italia y Estados Unidos, algo de lo que nadie habla, ni en el parlamento ni en los grandes medios de difusión.
Todavía se desconocen las implicaciones del plan de «asistencia» a Italia anunciado el 10 de abril por el presidente Trump [1].
Sin embargo, el embajador de Estados Unidos en Italia, Lewis Eisenberg, define ese plan como «la mayor ayuda financiera que Estados Unidos haya aportado nunca a un país de Europa occidental desde 1948, en tiempos del Plan Marshall».
Como apoyo a las acciones sanitarias contra el Covid-19 ya «decenas de millones de dólares han llegado y llegarán a la Cruz Roja y a varias organizaciones no gubernamentales», sin precisar a cuáles. El plan prevé además una serie de intervenciones para «respaldar la reactivación de la economía italiana».
Para ello, el presidente Trump ha ordenado a sus secretarios del Tesoro y de Comercio, al presidente del Banco de Export-Import, al administrador de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y al director de la United States International Development Finance Corporation (agencia gubernamental que financia proyectos privados de desarrollo) que utilicen sus mecanismos para «apoyar las empresas italianas». Tampoco se dice qué empresas ya son o serán financiadas en el marco de ese plan, ni las condiciones de tal financiamiento.
El embajador estadounidense habla de manera general de las excelentes relaciones entre Estados Unidos e Italia, que se reflejan en «importantes indicadores de tipo económico y estratégico», entre los cuales figura «uno de los mayores acuerdos militares con Fincantieri», que en mayo pasado obtuvo un contrato de alrededor de 6 000 millones de dólares para la construcción de 10 fragatas multiusos para la marina de guerra estadounidense (US Navy).
El grupo italiano Fincantieri, con 70% de participación del ministerio de Economía y Finanzas, posee en Estados Unidos 3 astilleros, donde también se construyen actualmente 4 buques de guerra similares para Arabia Saudita.
Otro importante indicador económico y estratégico es la creciente integración de Leonardo, la empresa más importante de la industria militar italiana, al complejo militaro-industrial estadounidense, sobre todo a través de Lockheed Martin, la principal empresa militar de Estados Unidos. Leonardo, cuyo accionista principal es el ministerio italiano de Economía y Finanzas, garantiza a Estados Unidos productos y servicios destinados a las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia estadounidenses. En Italia, Leonardo está a cargo del complejo militar de Cameri, donde se ensamblan los aviones de guerra F-35 de Lockheed Martin.
Esos, y otros más, son los poderosos intereses –sobre todo de los grandes grupos financieros– que ponen a Italia al servicio de Estados Unidos. No sólo en materia de política exterior y en el plano militar sino también en el sector de la economía, donde Italia se ve subordinada a la estrategia de Estados Unidos, marcada cada vez más por una confrontación política, económica y militar con Rusia y China.
El plan de Washington no puede ser más claro: explotar la crisis y las fracturas de la Unión Europea para incrementar la influencia estadounidense en Italia. Las consecuencias son evidentes. Aunque el interés nacional de Italia sería suprimir las sanciones contra Moscú para reactivar las exportaciones italianas hacia Rusia y oxigenar así las empresas medianas y pequeñas en Italia, esa opción se hace imposible a causa de la dependencia italiana de las decisiones que se toman en Washington y en Bruselas. Igualmente se ven en peligro los acuerdos de Italia con China sobre la «Nueva Ruta de la Seda», que Washington no ve con buenos ojos.
La falta de verdadera soberanía política impide la adopción de decisiones independientes en esos sectores y en otros de vital importancia para que Italia pueda salir de la crisis. Pero de eso nadie habla en el talk show de la política.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
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