Mientras que la crisis del coronavirus paraliza sociedades enteras, fuerzas muy poderosas se dedican a sacar el máximo de ventaja de la situación. El 27 de marzo la OTAN, bajo las órdenes de Estados Unidos, se amplió pasando de 29 países miembros a 30, con la incorporación de Macedonia del Norte.
Al día siguiente, mientras continuaba el ejercicio estadounidense denominado «Defender Europe 2020» –con un poco menos de soldados pero con la misma cantidad de bombarderos nucleares– comenzó en Escocia el ejercicio aeronaval de la OTAN «Joint Warrior», con la participación de fuerzas de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, entre otros países. «Joint Warrior» se prolongará hasta el 10 de abril e incluirá una serie de maniobras terrestres.
Mientras tanto, Washington advirtió a los países miembros de la OTAN que, sin importar las pérdidas económicas que pueda provocar la crisis del coronavirus, tendrán que seguir incrementando sus presupuestos militares para «conservar la capacidad de defenderse», por supuesto, de la «agresión rusa».
El 15 de febrero pasado, en la Conferencia de Seguridad de Munich, el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo anunció que Estados Unidos solicita a sus aliados de la OTAN que desembolsen 400 000 millones de dólares suplementarios para incrementar el presupuesto de la alianza atlántica, que ya sobrepasa ampliamente los 1 000 millones de dólares anuales.
Eso significa que Italia tendría que incrementar su presupuesto militar, que ya se eleva a más de 26 000 millones de euros anuales, cifra superior a la suma que el parlamento italiano autorizó específicamente para enfrentar la crisis del coronavirus (25 000 millones de euros).
La OTAN gana así más terreno en una Europa ampliamente paralizada por la crisis del coronavirus, una Europa donde Estados Unidos –hoy más que nunca– puede hacer lo que le venga en ganas. En la Conferencia de Seguridad de Munich, Mike Pompeo arremetió duramente no sólo contra Rusia sino también contra China, acusándola de utilizar varias de sus compañías –como Huawei– como «caballo de Troya de la inteligencia», o sea como herramientas para su espionaje. Con esas acusaciones, Estados Unidos endurece su presión sobre los países europeos para que rompan sus acuerdos económicos con Rusia y con China y refuercen las sanciones contra Rusia.
¿Qué tendría que hacer Italia?, si contara con un gobierno que quisiese defender nuestro verdaderos intereses nacionales.
Tendría que negarse a incrementar el presupuesto militar, ya artificialmente “inflado” a causa de la fake news de la «agresión rusa». Incluso debería someter el actual presupuesto a una revisión radical para reducir el despilfarro de fondos públicos en sistemas de armas como el avión de guerra estadounidense F-35. Tendría que suprimir inmediatamente las sanciones contra Rusia y desarrollar al máximo el intercambio con ese país. Tendría que sumarse al pedido –presentado el 26 de marzo en la ONU por China, Rusia, Irán, Siria, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte y Cuba– para que la ONU exija a Washington el levantamiento de todas las sanciones, principalmente las que más daño hacen en momentos en que los países víctimas de esas sanciones luchan contra el coronavirus.
El levantamiento de las sanciones contra Irán implicaría beneficios económicos para Italia, cuyos intercambios con la República Islámica se han visto prácticamente bloqueados por las sanciones estadounidenses. Esa medida y otras más aportarían una bocanada de oxígeno principalmente a pequeñas y medianas empresas que están en peligro de desaparecer por el cierre forzoso, aportarían fondos que podrían destinarse a resolver la crisis, favoreciendo sobre todo a los italianos más desfavorecidos, sin endeudar por ello el país.
El mayor peligro que hoy corremos es encontrarnos al final de esta crisis con que tenemos al cuello el nudo corredizo de una deuda externa que pondría a Italia en una situación económica como la de Grecia.
Las fuerzas de la gran finanza internacional, que están utilizando la crisis del coronavirus en una ofensiva de envergadura mundial con las armas más sofisticadas de la especulación, son más poderosas que las fuerzas militares ya que también controlan las decisiones del complejo militaro-industrial. Esas fuerzas son capaces de llevar millones de ahorristas a la ruina y pueden utilizar la deuda para apoderarse de sectores económicos enteros.
En esta situación, es decisivo el ejercicio de la soberanía nacional. No de esa que tanto se invoca en la retórica política sino de la soberanía nacional real y verdadera, la que pertenece al pueblo y garantiza nuestra Constitución.
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