«Fue como ver una película», dijo el presidente Trump al referirse a la eliminación de Abu Bakr al-Baghdadi, el Califa, jefe del Emirato Islámico (Daesh), que según dijo pudo seguir en vivo en el Situation Room de la Casa Blanca, el mismo lugar donde su predecesor, Barak Obama, siguió en 2011 la eliminación del enemigo número 1 de aquella época, Osama ben Laden, el jefe de al-Qaeda.
El guión es el mismo: la inteligencia estadounidense había localizado al enemigo, pero –en vez de capturarlo– lo eliminó. Osama ben Laden cayó abatido por los comandos estadounidenses. Al-Baghdadi se suicidó… o lo “suicidaron”. En ambos casos, el cuerpo desaparece. El de Osama ben Laden fue sepultado en el mar. Los restos de al-Baghdadi, hecho pedazos por su cinturón explosivo, también fueron lanzados al mar.
La casa productora es la misma: la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, que se compone de 17 agencias federales. Además de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, siglas en inglés) está también la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, la agencia de inteligencia del Departamento de Defensa), pero cada rama de las fuerzas armadas estadounidense tiene su propio servicio de inteligencia, como también los tienen el Departamento de Estado y el Departamento de Seguridad de la Patria (Homeland Security).
Para las acciones militares, la comunidad de inteligencia estadounidense utiliza el Mando de Operaciones Especiales (USSOCom o SOCom, siglas de United States Special Operations Command), con unidades de fuerzas especiales desplegadas en al menos 75 países, cuya misión oficial incluye, además de la «acción directa para eliminar o capturar enemigos», la «guerra no convencional realizada por fuerzas exteriores, entrenadas y organizadas por el Mando».
Eso es exactamente lo que ha venido sucediendo en Siria desde 2011, el mismo año en que la guerra de Estados Unidos y la OTAN destruyó Libia. Así lo demuestran numerosas pruebas documentales ya publicadas.
Por ejemplo:
En marzo de 2013, el New York Times publica una investigación detallada sobre la red de la CIA mediante la cual llegan a Turquía –gracias al financiamiento de Arabia Saudita y de otras monarquías del Golfo– enormes cargamentos de armas para los islamistas entrenados por el antes mencionado Mando de Operaciones Especiales de Estados Unidos antes de ser introducidos en Siria [1].
En mayo de 2013, un mes después de la fundación de Daesh, al-Baghdadi se reúne, en suelo sirio, con una delegación del Senado de Estados Unidos encabezada por el senador John McCain, encuentro inmortalizado con numerosas fotos [2].
En mayo de 2015, Judicial Watch revela un documento del general Michael Flynn, con fecha del 12 de agosto de 2012, donde se señala que existe «la posibilidad de establecer un principado salafista en el este de Siria y que eso es exactamente lo que quieren los países occidentales, los Estados del Golfo y Turquía, que apoyan a la oposición» [3].
En julio de 2016, WikiLeaks revela un correo electrónico fechado en 2012 donde la secretaria de Estado Hillary Clinton escribe que, debido a la relación entre Irán y Siria, «el derrocamiento de Assad aportaría un inmenso beneficio a Israel, reduciendo su temor a perder el monopolio nuclear» [4].
Todo esto explica por qué, aunque Estados Unidos y sus aliados dicen iniciar en 2014 la campaña militar contra Daesh, los yihadistas de ese grupo terrorista logran avanzar en el terreno sin ser atacados cuando se desplazan a campo abierto en largas columnas de vehículos artillados.
La llegada en 2015 de las fuerzas rusas en apoyo a las tropas del gobierno sirio, modifica el rumbo del conflicto. La decisión estratégica de Moscú es impedir la destrucción del Estado sirio para evitar un caos como el que aún vemos hoy en Libia, caos que Estados Unidos y la OTAN aprovecharían para atacar Irán y cercar a Rusia.
Al verse imposibilitado de lograr sus objetivos, Estados Unidos sigue apostando a fragmentar Siria, respaldando a los grupos armados kurdos que pretenden crear un nuevo Estado en suelo sirio, grupos kurdos que finalmente Washington decide abandonar para no perder a Turquía, el puesto avanzado de la OTAN en la región.
Después de ver todo este contexto es más fácil entender por qué al-Baghdadi –como antes sucedió con Osama ben Laden, quien había comenzado su “carrera” como aliado de Estados Unidos contra Rusia en Afganistán y más tarde en Bosnia-Herzegovina– no podía ser capturado y juzgado públicamente. Había que liquidarlo físicamente para hacer desaparecer las pruebas de su verdadero papel en la estrategia de Estados Unidos.
Por eso a Trump le gustó tanto esta “película”, porque termina con un happy end.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
No comments:
Post a Comment